¿Por qué debemos hacer lo correcto?

Hoy en día si tu vecino no te mata por reaccionar ante un acto que muestra un compromiso tanto ético como dual para con el Estado que nos debería representar, termina matándote él mismo.

Vivimos, por no afirmar lo contrario, bajo el manto de un Estado “de derecho y derechos” que ha conseguido que la gran mayoría de este país se termine acostumbrando al fracaso ético-moral y, por supuesto, profesional, que tanta importancia tiene en la racionalidad del ser y su afán de poder cohabitar entre iguales.

Un sistema político ratificado en los despachos y entregado a unos pocos para dominarlo desde el principio y asesinarlo tiempo después, con sus sistemas de partidos y concesiones evocadas a la desigualdad económico-social latente en nuestro país.

Yacemos, desde hace ya cuarenta años bajo un ordenamiento jurídico en el que su norma primigenia fue firmada y ratificada bajo un cartel publicitario cuanto menos incierto.

Y, al fin y al cabo, prefiero pensar que, ningún español (o ser humano) que no quisiese estar hoy día al borde del colapso que sufrimos con nuestra particular guerra civil, se sentirá representado a día de hoy por una anciana que no termina de dejarnos abrir los ojos, ni guardar la memoria histórica en el cajón donde se guardan las historias pasadas y los cambios de página (que no guardarlas en el olvido, eso nunca, todo tiene huella, pero no por ello hay que seguir pisoteándola o seguir viviendo de ella). Lo pasado en el pasado queda, los errores estructurales no pueden cometerse en el presente, al menos no con el choque evolutivo que estamos viviendo en este siglo.

Y yo me pregunto, ¿Para qué negar lo contrario? En casi dos décadas hemos tenido la osadía de desvirtuar el término moralidad a su polo opuesto. ¿Quién no tiene un conocido o ha oído que alguien de su círculo nos defraude a todos los españoles cada vez que le viene en gana?, ¿Y quién ha puesto medios en alguna ocasión a tal problema ejecutando una denuncia social?

Este sistema político basado en el rencor histórico, y la envidia material y meritocrática de unos tantos, nos difumina las dos cuestiones anteriores, “-si mi vecino no declara y no lo cogen, ¿Por qué yo no?”. Es más fácil y egoísta unirse contra el sistema y dejarse llevar por sentimientos tan banales como el “poder ser mejor que alguien”.

Habrá quienes podrán pensar diferente, sea por convicción o por puro interés personal para con un sistema que hace aguas por todas partes, y habrá quienes recriminarán y excusarán muchos de sus más íntimos “cameos” con la ilegalidad engañando a su moral interna.

Pero la realidad latente en España es que en cualquier momento el sistema puede implosionar, y si no ponemos respuesta quienes abogamos por un sistema tolerante y aplicado desde unas bases reestructuradas en su totalidad, la corrupción en su mayor exponente no dejará de crecer.

La Monarquía Parlamentaria o “Sistema democrático de derechos” no existe ni ha existido como tal desde el día de su concepción, somos “el niño maleducado de nuestra generación y no queremos verlo”. Si no le ponemos remedio en el ámbito político, social, educativo y de valores primarios; seguiremos siéndolo hasta el final de nuestros días.

 

Antonio García Ramirez

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